Al final se habÃa hecho mayor. En el duermevela inmediato al off de su lamparita habÃa imaginado las mejores historias y redactado las más intrigantes novelas de misterio. Ahora, en el desayuno, ya no era capaz de recordar las de la noche anterior.
Aquel año, en el enésimo viaje que su frágil cuerpecito podÃa soportar, quiso hacer repaso de su historial amoroso. Cerró los ojos y se colocó cuidadosamente las gafas de sol, como cada vez que empezaba a escribir un libro. PodÃa inmovilizarse durante horas, reclinada hacia atrás, como si aquella fuera la única manera de volcar su imaginación e impedir que volara a través sus ojos. Mucho más tarde, una vez que habÃa logrado construir la historia, su mirada siempre se veÃa inundada de batallas marinas y reportajes intensos.
Haciendo un esfuerzo intentó recordarlos a todos, a los hombres de su vida. Y sin embargo su existencia parecÃa empezar cumplidos los veinte. Una historia en apariencia acabada la habÃa enseñado a sonreÃr, a mirar el mundo sin miedo, a adorar los defectos ajenos y a olvidar amores y desamores pasados. Ya no era capaz de recordarlos. Sonrió burlona de medio lado y abrió los ojos despacio, como intentando apaciguar las ideas que se agolpaban en ellos. A su lado, su compañero, cincuenta años después, igual de vivo e igual de crÃo. TendrÃa que cambiar el tÃtulo de su pensamiento, esta vez no habÃa experiencia vivida para recrear. Después de todo, el más niño y más inesperado acabó siendo el único hombre de su vida.