Hay dÃas en los que me siento delante del ordenador, comienzo a teclear y sin más me quedo en blanco. Sé lo que quiero decir y cómo hacerlo, pero entonces pienso en el motivo de tener un blog, la razón de que quiera contar mi vida, escribir cuentos, inventar verdades y describir mentiras de carrerilla y pienso qué relevancia tendrá lo que escribo, si es que tiene alguna y qué pinto jugando a escritora. Y al final las historias se quedan dentro y paso dÃas abriendo Internet, releyendo lo mÃo y lo de los demás, hasta que la crisis se marcha para volver un tiempo después.
Ayer y hoy han sido asà hasta que, a las cuatro de la tarde, me he subido en el autobús. A mi lado un papel pegado al cristal, una poesÃa que definÃa la mentira. Al otro, el texto que ha hecho que cambie de opinión, la primera página de Cien Años de Soledad. Hace cinco años empecé a leerlo y durante un par de dÃas no pude pasar de la primera frase, como si su impacto me diera miedo. Hasta ahora, le he dado cuatro vueltas enteras y sigo sin poder construir el árbol genealógico.
Soy consciente de mis limitaciones y nunca podré escribir algo tan magnÃfico, aunque tampoco lo pretenda. En mi escala, conseguir que alguien entienda que el cuento está basado en él y se emocione como yo lo hago, es el Nobel de Literatura. He descubierto que es posible que no tenga ninguna relevancia, pero se ha convertido en mi ilusión y a mà sà que me importa.