Había que contarlo

Hay semanas en las que, a domingo, veo un espectro borroso sobre el lunes en el calendario. Y siempre ese fantasma se hace corpóreo en forma de trabajo. Las relaciones personales, el tiempo libre e incluso, la climatología, se ven afectados por la neblina que traen las circunstancias y yo me vuelvo a preguntar si lo que quería en la vida era ser asesora fiscal. Entonces imagino que me gusta escribir y viajar e imagino que escribo novelas históricas, relatos inciertos y cuentos para niños. Y vuelvo a pensar en si habré equivocado mi camino.
El torbellino superficial del que se envuelven las relaciones en este trabajo acaba por asquearme de tal manera que, cuando vivo semanas como esta, ni el endurecimiento habitual convertido en mi escudo de armas, puede combatir la arcada de desprecio que me produce el trapicheo de dinero de quien maneja la caja. Entonces pienso en si el cambio de vida que posiblemente se avecine, sería un buen momento para replantéame el futuro y en si tendré valor para empezar de cero. Y lo siento, pero tenía que contarlo.

Dalí

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